No es necesario añadir nada a lo ya sabido sobre el desastre social, institucional, económico y político generado por el gobierno de Nicolás Maduro. Que no es producto de un terremoto, huracán u otro desastre natural sino de la inoperancia gubernamental, la corrupción y el autoritarismo. Que escasee hasta gasolina, en la tierra de las más grandes reservas petroleras, lo dice todo. Es como si en Catar faltase arena o hielo en Groenlandia.
Dos hechos recientes alientan la esperanza de una transición: la reagrupación de la dividida oposición en torno a la designación de Juan Guaidó como presidente interino/encargado y un contexto internacional mucho más atento y activo que antes. Lo que venga dependerá, esencialmente, de lo que hagan los venezolanos y sus instituciones: la calle, la cohesión de la oposición, la imaginación y el coraje que puede surgir desde dentro de instituciones, como el ejército, que parecerían aún “cooptadas” por el régimen. Y, por supuesto, la resistencia ante las represalias contra Guaidó o los más de 40 muertos y 700 detenidos reportados por la ONU en la última semana.